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La Catedral celebra la eucaristía a las 11:00 y 12:30 en la Capilla del Santísimo
La lectura del profeta Isaías completa el mensaje central del evangelio de hoy. Dos viudas son las principales protagonistas: la primera entrega al profeta, enviado por Dios, las migajas que le quedaban para sobrevivir ella y su hijo y la segunda, en su necesidad, es ejemplo de entrega total.
Comienza Jesús advirtiendo a sus oyentes que se cuiden de la hipocresía de los escribas –los especialistas e intérpretes oficiales de la religión– por su ansia de honores y de prestigio, por su ansia de ser reconocidos y saludados en los lugares públicos, por su ambición, por la ampulosidad en sus vestidos, por buscar los primeros puestos, por servirse de la religión para obtener beneficios económicos en favor propio, etc. Pero si hay que evitar la conducta de los fariseos, sí se debe imitar la conducta de la viuda del evangelio. La razón estaba, como Jesús explicó, en que las ofrendas de estos ricos no representaban ningún sacrificio para ellos, daban de lo que les sobraba, de su abundancia. La viuda, en cambio, había echado en el cepillo del templo un cuadrante, el equivalente a la fracción más pequeña de cualquier moneda de la actualidad, su valor como tal era insignificante. Jesús, que observaba la escena, llama a sus discípulos y les explica lo que acaba de ver. Jesús contrapone el elogio de los pobres –representados por la viuda–, a los fariseos que hacen gala de sus donaciones aparentemente grandes.
Esta pobre viuda del evangelio es el símbolo de los pobres y oprimidos, que aun en medio de la fatiga y apuros quieren vivir sincera y generosamente. Jesús la alaba, porque confía totalmente en Dios, se abandona totalmente a él. Esta pobre mujer dio todo su sustento. Son los pobres los que agradan a Dios y pueden aceptar el evangelio: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios (Lc 6,20). No son los ritos externos lo que agrada a Dios, ni tampoco si damos mucho; el Señor no mira la cantidad del donativo, sino el corazón con que se da; diríamos que a Dios le interesa más bien lo que nos reservamos. Las dos monedillas, el cuadrante, era el verdadero culto, daba de lo que necesitaba para vivir.
En este sentido, este pasaje tiene mucho que enseñarnos. Nos enseña cómo debe ser nuestra entrega a Dios. El hecho de que la viuda diera lo poco que tenía, indica que confiaba enteramente en el Señor. No podemos olvidar que Dios ni necesita ni quiere nuestro dinero, sino a nosotros mismos. Lo que tuvo de especial la ofrenda de la viuda fue que se entregó ella misma dando lo poco que tenía. La viuda con su gesto manifestó que todo lo que tenía le pertenecía a Dios y por eso se lo devolvía en forma de amor. El modo cómo nos relacionamos con Dios y le ofrendamos manifiesta nuestra vida de creyentes y lo que pensamos de Dios. Acaso pensemos que solamente son los ricos los que deben dar, pero no podemos olvidar cómo Jesús se centra en la donación de esta pobre mujer, y lo mismo podríamos decir de la viuda de la que nos habla el profeta Isaías en la primera lectura, que es capaz de dar hasta lo mínimo que tenía. Una vez más, Jesús destaca que lo que importa es lo que viene de dentro, la intención, el corazón, y no lo que viene de fuera, lo material, la ofrenda. Es interesante recordar al respecto cómo el papa Benedicto XVI resume magistralmente el mensaje del evangelio de hoy en una homilía predicada en la ciudad de Brescia el 8 de noviembre del 2019: “…supone la entrega completa de sí al Señor y al prójimo; la viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás. Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 44), y así se da a sí misma”. No entenderlo así, supone desactivar, domesticar el Evangelio, hacer decir al Evangelio lo que a nosotros nos interesa. La palabra de Dios hoy es una bofetada para los que intentan comprar o negociar con la fe.
Podemos preguntarnos ante la actitud de las dos viudas, si nuestra ofrenda, culto o nuestra relación con Dios se parecen en algo a las actitudes de las dos viudas que hemos comentado. Celebrar la Eucaristía nos compromete a mirar sinceramente a Cristo que vivió pobremente y nos invita a preferirle a Él respecto a todo y a todos. Vicente Martín, OSA

La catedral celebra la eucaristía a las 11:00 y 12:30 en la Capilla del Santísimo
San Martín nació en Panonia, Hungría, el 316. Sus padres eran paganos. Estudia en Pavía, donde conoce el Cristianismo. Su padre, que era tribuno militar, para desviarle del cristianismo, le obliga a ingresar en el ejército. Martín concilia sus deberes militares con sus aspiraciones cristianas. Vida ejemplar de monje y soldado: valentía y vida santa y caritativa.
Siendo militar sucedió el hecho tan tratado en la iconografía. Era invierno, y al entrar en Amiens, encuentra un mendigo casi helado, sin ropa. Divide su capa en dos partes y entrega una al pobre. Esa noche tuvo una visión en la que veía a Cristo con su media capa puesta, que decía a los ángeles: "¡Mirad, este es el manto que me dio Martín el catecúmeno!"
Pronto recibe el bautismo y dos años después, deja la milicia para seguir a Cristo. San Hilario de Poitiers le instruyó en teología, filosofía, Biblia y Santos Padres, con vistas a ordenarle de diácono viendo su capacidad de aprendizaje y su creciente fe. Sin embargo, Martín no quiso oír hablar de ello y se fue a Sabaria, con sus padres. En el camino fue asaltado por un ladrón, al cual perdonó y habló tan bien de Cristo, que el hombre se arrepintió al tiempo y se hizo un buen cristiano. Y él mismo relató el hecho a Sulpicio. Ya Martín en su casa, logró convertir a su madre a la fe católica. Además, predicó contra los arrianos, que cada vez eran más en Panonia, y por este hecho fue azotado y expulsado de la ciudad. De nuevo en Poitiers, funda Ligugé, auténtico monasterio misional. Allí pasa once años, feliz en su ambiente. Preguntado más adelante por qué profesiones había ejercido respondía: "fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma". Por eso hay quien resume la vida de Martín así: "soldado por fuera, obispo a la fuerza, monje por gusto".
Sulpicio Severo escribió Cartas y Diálogos y sobre todo la Vida de San Martin. Pocos libros habrán sido más leídos que éste, que ha servido de fuente para llevar por todas partes a través de cantares y poemas, representaciones teatrales, la pintura y la escultura la imagen de este Santo "el más popular y conocido de toda Europa".
Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España. Es simpático el párrafo en que Don Quijote enseña a Sancho la imagen de San Martín y le explica el caso de la capa.
Martín vivía feliz en Ligugé. Pero Tours se había quedado sin obispo. Un día del año 371, fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar. Establece cerca, para su humilde residencia, el monasterio de Marmoutiers, centro misionero de donde saldrán San Patricio y San Paulino de Nola. Desde allí parte para sus agotadoras correrías apostólicas, durante 35 años, por toda la Galia. Nada le retiene. Acusa a emperadores, reprime a los herejes, defiende a los débiles y a los condenados a muerte, realiza innumerables milagros, y entre ellos se le atribuye la resurrección de varios muertos. Su fama es indescriptible. Es llamado "el apóstol de las Galias" nadie hizo tanto como él por Francia católica y San Gregorio de Tours le invoca como "Patrón especial del mundo entero".
Tan intensos viajes apostólicos, tanta obra de caridad, hasta vaciarse totalmente, agotaron sus fuerzas físicas. Se veía morir. Sus discípulos le piden que no les deje huérfanos. Martín contestó: "Señor, si aún soy necesario, no rehúso el trabajo. Sólo quiero tu voluntad". La liturgia comenta: "¡Oh feliz varón, que ni temió morir, ni recusó la vida".
Los discípulos querían colocarle más cómodo. "Dejadme así, les dijo, mirando al cielo, para dirigir mi alma en dirección hacia Dios". El demonio no dejaba de importunarle. "¿Qué haces ahí, gritó Martín, bestia sanguinaria? No hay nada en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abrahán me espera". Y entregó su alma a Dios. Era el 8 de noviembre del año 397.
Martín fue un asceta, un apóstol, un hombre de oración, muy influyente en toda la espiritualidad medieval. Su faceta principal, la caridad. El gesto de Amiens, dar media capa, fue superado, cuando siendo obispo, entregó su túnica entera a un mendigo gesto menos conocido . Sus mismos milagros, como los de Cristo, fueron milagros de caridad. Pasó haciendo el bien. Padre Rafael María López-Melús.