Arte funerario en la Catedral de Segovia
Esta fiesta de la cristiandad fue fijada el 1 de noviembre por el Papa Gregorio III pero ya con anterioridad, el 13 de mayo de 610 d.C, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano como templo dedicado a la Santísima Virgen y de todos los Mártires. El Papa Gregorio IV extendería esta festividad en el siglo IX a toda la Iglesia universal.
El recuerdo a los mártires y el culto a todos los difuntos como manera de que alcancen la vida eterna se fue extendiendo e institucionalizando por parte de la Iglesia y de los reinos, sobre todo, a partir de la Baja Edad Media.
España, con gran intensidad, estuvo presente en los cambios y nuevas costumbres de veneración a los muertos establecidas por reyes mediante pragmáticas y por las diferentes diócesis y estamentos de la Iglesia.
En Segovia se encuentra documentada una intensa legislación y ritualidad con respecto a las tradiciones funerarias, que alcanzarían su máxima expresión con los túmulos o catafalcos.
El túmulo o catafalco supone en la celebración de la muerte una manifestación del arte efímero que, sobre todo, entre los siglos XV y XX servía para destacar la trascendencia y respeto por el difunto. La Catedral de Segovia es un ejemplo de escenario de estos monumentos fúnebres, cuya razón de ser se encuentra en el equilibrio del alma entre el cielo y la tierra, revestido de magnificencia. Pero el túmulo en lo material consiste en un armazón de madera, cubierto por paños fúnebres, fruto de una evolución que tiene su origen en las creencias paganas anteriores al cristianismo.
Con la llegada de los Reyes Católicos al poder a finales del siglo XV se estableció, al igual que en otros muchos ámbitos, una legislación sobre los festejos relacionados con la muerte, todos ellos en los años 1493, 1502 y 1505. Los túmulos quedaron reservados para honras fúnebres de reyes y familiares cercanos.
Entrando en el siglo XVI, Felipe II mantuvo durante su reinado la licencia de levantar túmulos solo para los reyes y sus familiares, pero ya a finales del siglo XVII, coincidiendo con el reinado de Carlos II, se elaboró una pragmática que autorizó la elevación de catafalcos para particulares, solo prohibiéndoles algunas colgaduras y limitando a doce hachas el número de luces
En los siglos posteriores, empezando con Felipe V en 1723, se deliberaría por censurar aquellos túmulos levantados por los nobles, que sin llegar a hacer sombra a los de los Reyes, se apreciaba en ellos un deseo de emular a estos tanto en poder como en riqueza.
En Segovia, sede y enclave importante durante siglos para la monarquía en España, fue también escenario de todos los cambios culturales, sociales y legales sobre los ritos funerarios.
Desde la Antigua Catedral de Santa María, ubicada junto al actual Alcázar y declarada en ruinas en 1525, la documentación certifica que los catafalcos se podían ver dentro del templo. El lugar donde se levantaba el túmulo era entre la capilla mayor y el coro, y entre las personas a las que se dedicaron destacan obispos como don Juan Arias de Villar (1498-1501), don Juan Arias Dávila (1461-1497) o el del Rey de Castilla Enrique IV (1425-1474).
Este último es de la única personalidad de la Monarquía que se tiene constancia de la celebración de honras fúnebres en la Antigua Catedral. Se conoce por los archivos que aquellos que asistieran a las vísperas de las honras recibirían 30 maravedís, y 60 a los que asistieran a la misa del día siguiente, además de un coste total de 59 libras y 237 maravedís en los gastos del túmulo.
La destrucción de la Antigua Catedral debido a la Guerra de las Comunidades (1520-1522), hizo que se construyera una nueva Catedral el 8 de junio de 1525 en la denominada “Plaza Grande”, a varios cientos de metros. Los restos de los difuntos fueron trasladados al nuevo emplazamiento en mayo de 1558 a través de una comitiva muy estudiada y se levantó un túmulo para la ocasión dentro de la Catedral, aún en una fase inicial de construcción. Los restos trasladados, como los del Infante Don Pedro, fueron sepultados en la capilla de Santa Catalina, dentro del Claustro, al igual que los de antiguos obispos.
A medida que la Catedral se construía, los túmulos se levantarían junto a la fachada occidental hasta los dos pilares torales. Los nuevos estatutos del Cabildo, además, establecieron cuándo la comitiva debía de ir a recibir al cuerpo, el modo de realizar la procesión el Día de Difuntos con responsos por el claustro, el tono de las campanas según el difunto y el sueldo del campanero, dignidades, canónigos y beneficiados.
Una vez cerrado el crucero de la nueva Catedral, a finales del siglo XVII, el túmulo quedó establecido para su colocación debajo de la cúpula, en la intersección entre el transepto y la nave central.
En la segunda mitad del siglo XVIII, en plena etapa de la Ilustración, hereda el tronoCarlos III, defensor de la modernización de España y propulsor de numerosas reformas. Dentro del ámbito religioso, pero desde aspectos más artísticos y técnicos, Carlos III, siguiendo la línea de su padre, Felipe V, estableció que las manifestaciones fúnebres como los túmulos perdieran su suntuosidad barroca y se rebajara su marcada complejidad escultórica.
Por otra parte, el nuevo decreto sobre el uso y la construcción de los cementerios rurales y en aplicación del reglamento del cementerio del Real Sitio de San Ildefonso, los entierros en las iglesias y catedrales se fueron reduciendo, lo que afectaría también a la Catedral de Segovia. Para inaugurar el primer cementerio en Segovia habría que esperar hasta el año 1820, el del Santo Ángel de la Guarda.
Durante el siglo XIX las restricciones a estos funerales dentro de las Iglesias fueron aumentando y dentro de la Catedral de Santa María solo se permitía la sepultura en el claustro.
El Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII en el año 1962, introdujo cambios en la nueva liturgia sobre las exequias que conllevaban la eliminación de los túmulos o catafalcos en funerales.
El túmulo, que entre los siglos XIX y XX se exponía, y que aún a día de hoy se conserva en la Catedral de Segovia, es una estructura de madera cubierta con paños negros bordados en hilos dorados que cubre el ataúd y la cama, los hachones de luz, la manga, los paños de los ornamentos litúrgicos y las vestimentas.
Dentro del paño central que recubre el armazón de madera se observa, en la parte frontal, el Búcaro o jarrón con azucenas, anagrama del Cabildo de la Catedral de Segovia. De este anagrama se puede ver que salen paralelamente dos esqueléticos brazos con guadañas que simbolizan el “corte de la vida”. Otro símbolo que se contempla es el reloj de arena encima del altar, recordatorio del paso del tiempo durante la vida y la pronta llegada de la muerte.
Desde hace algunos años y como conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, el Cabildo de la Catedral de Segovia expone esta joya del arte funerario español como muestra de respeto y recuerdo a todos los difuntos.
Además del túmulo, el monumento fúnebre se acompaña con una capa pluvial, dos dalmáticas, una manga que simboliza la celebración de Todos los Difuntos y una casulla al lado del Altar donde se ubica.
Pero dentro de la ciudad de Segovia también se puede hacer un recorrido en busca de la antigua Liturgia en las exequias. La iglesia de San Miguel alberga un túmulo funerario del siglo XIX realizado sobre lienzo y que contiene mensajes catequéticos sobre el paso de la vida a la muerte.
En la iglesia de San Millán se conservan dos adornos en plata sobredorada del siglo XVII que pertenecían al túmulo funerario que se levantaba en el ya desaparecido convento de los Carmelitas Calzados y que se situaba en los alrededores del Acueducto.