El claustro de la Catedral de Segovia, claro ejemplo de gótico tardío del siglo XV, fue construido junto a la antigua catedral. El traslado desde su antiguo emplazamiento al actual es considerado uno de los primeros realizados en España, piedra a piedra, y modelo para la época debido a sus dimensiones y al valor arquitectónico del conjunto.
El contexto de la construcción de la antigua catedral se enmarca en los años siguientes a la reconquista de Segovia, llevada a cabo por Alfonso V en 1088. Treinta y dos años después, en 1120, empezaron las obras de construcción del templo frente al Alcázar de Segovia, probablemente sobre un templo ya existente. La catedral fue consagrada en 1228 por el legado apostólico francés -representante personal del papa- Juan (Jean) de Abbeville. A la antigua catedral se unía un claustro románico, construido en mampostería, y un barrio propio para los canónigos, las Canonjías.
Trascurridos más de dos siglos, en el año 1436, el estado del claustro era descrito por el obispo D. Juan de Tordesillas como “hundido e mobido por muchas partes”. Un estado lamentable, causado por la falta de tejados y el paso del tiempo, lo que llevó a que Tordesillas movilizara a los estamentos, solicitando impuestos y prebendas para su reconstrucción.
Pero fue el conocido obispo de origen judío, Juan Arias Dávila (1460-1497), quien reanudó el proyecto de reconstrucción del claustro y el que llevó a Segovia a su florecimiento cultural y económico. Al unísono, el interés de los reyes de Castilla también crecía por esta ciudad y por las “fábricas” que estaban en marcha.
En el año 1465 queda reflejado en los libros de fábrica de la catedral el deseo del rey Alfonso de Castilla de recuperar el claustro. Consciente, Arias Dávila solicita al Cabildo su reconstrucción y los canónigos comisionan al cantero Juan de Toro que vaya a Oviedo, León y Burgos y observe los claustros de sus respectivas catedrales.
El arquitecto elegido para esta importante obra fue el maestro Juan Guas, cuyo estilo impregnó en el claustro y, de esta manera, afianza la victoria del gótico frente al mudéjar, con elementos musulmanes residuales. El imponente claustro se edificó en el lado sur de la antigua catedral, sobre parte del solar del desaparecido palacio episcopal, en la roca que avanza hacia el Valle de Clamores.
En 1472, con la concesión de la licencia de obras por parte de Arias Dávila, se inician los trabajos en la claustrada. Guas contará con la ayuda del maestro Martín Sánchez Bonifacio, y no es hasta febrero de 1473 cuando aparecen los primeros datos en los libros de fábricas sobre el estado de las obras y el primer salario del maestro arquitecto, que recibe 3.000 maravedís y 20 fanegas de trigo.
Las finanzas e impuestos tuvieron un papel muy importante en los trabajos de reconstrucción. Consciente, el obispo Arias Dávila fue un importante mecenas, y en su testamento, firmado en 1477, deja constancia de que parte de su patrimonio fue destinado a estas obras.
Y es que la cantidad invertida alcanzó entre los años 1473 y 1477 los 526.714 maravedís, cifra alta debido al elevado coste de materiales y al alto número de oficiales y peones, que irían aumentando con el tiempo, y el de los entalladores, quienes en 1478 amagaron con dejar la obra por la baja cuantía del salario recibido.
A lo largo de los años de construcción, reyes y nobles se involucraban económicamente en la fábrica, entre ellos el rey Enrique IV, que donó 200.000 maravedís en 1474, año de su muerte. El 13 de diciembre de ese mismo año, Isabel La Católica es coronada reina de Castilla en el atrio de la cercana iglesia de San Miguel y, con ella, las obras avanzaron y se impone su gusto por el estilo gótico.
El claustro toma forma en planta cuadrada, de cinco tramos cubiertos con bóvedas de crucería simple adornadas con claves y, en cada tramo, se abre una ventana que ocupa el ancho entre pilar y pilar. En 1474 se asentó el arco de la portada de la Capilla de San Agustín y, en abril de 1475, se cerró el tramo que contiene la clave de la Verónica. También se le debe a Juan Guas la capilla de San Miguel que se levantaba en el lado sur, terminada en 1483.
Los libros de fábrica recogen en estos años la dedicación de Juan Guas al claustro, dejando incluso obras en otras ciudades. Uno de los motivos de su entrega a las obras fue la construcción de la portada de acceso, sufragada por la reina Isabel La Católica, cuyas armas se dibujan en lo alto. Los trabajos comenzaron a principios de 1484 y finalizaron el 29 de octubre del mismo año, ya que según recogen los libros de fábrica, los trabajadores recibieron el “yantar” como era costumbre al terminar una obra.
Finalizada la estructura de la portada, se encargó a Sebastián de Almonacid la imaginería, toda en piedra caliza procedente de las canteras de Casla. Una vez perfilada, esta portada recordaba a las puertas mudéjares toledanas del siglo XIV, que en la ciudad de Segovia se puede ver también en la portada diseñada por Guas en el Monasterio del Parral.
Traslado del claustro
Las obras en el claustro llegaban a su fin y consta que el último trabajo del arquitecto Juan Guas fue en 1485 con la construcción de una sala mayor en la catedral. A partir de entonces, los viajes a Segovia se espaciaron y Juan Guas figuró como maestro de obras de la catedral hasta 1491.
Traslado del claustro (1525-1529)
La catedral y su claustro no sufrieron prácticamente modificaciones hasta que en 1520 comenzó la guerra de los comuneros, que acabó en 1523 con la antigua catedral en un estado maltrecho. Carlos I de España y V de Alemania dio la orden de su derribo y la construcción de una nueva en el actual emplazamiento, no sin antes desmontar y trasladar su claustro para ubicarlo en la nueva catedral.
Este trabajo fue designado por Juan Gil de Hontañón, maestro de la Catedral, a Juan Campero en junio de 1524 bajo el visto bueno del Cabildo. Ambos ya habían trabajado juntos en la construcción de la Catedral de Salamanca y, con ese nombramiento, Campero se convirtió en aparejador de Gil de Hontañón.
Un traslado del claustro muy meditado por su dificultad y al que se arguyen varias razones, que van desde su gran valor arquitectónico – realizado con piedra de calidad-, la preferencia del momento por el estilo gótico de finales del siglo XV o el ahorro económico a la hora de trasladarlo. Pero destaca entre ellas que la claustrada sufrió escasos daños durante la contienda comunera.
En el contrato firmado entre Cabildo, Juan Campero y el obispo D. Diego de Ribera, Campero se comprometía a desmontar, trasladar el Claustro “de la misma manera que ahora está y del mismo ancho y alto” y costear la pérdida o rotura de alguna pieza. El Cabildo le dio un plazo de tres años para realizar el traslado y, mientras tanto, el canónigo fabriquero de la catedral, Juan Rodríguez, se apresuraba en comprar más de 20 solares y casas, solo en el año 1524, en la calle de Barrionuevo donde se empezaría a instalar el claustro, no sin pocos pleitos con sus propietarios.
En junio de 1524 se empezó a desmontar el claustro por el tejado y el traslado comenzó en abril de 1525. Antes de empezar a reconstruirlo piedra a piedra, se pagó al arenero, Juan del Olmo, para echar arcilla y arena sobre el lugar, probablemente para que Campero dibujara un plano a escala natural.
Las obras de construcción en la Catedral comenzaron oficialmente en junio de 1525 en la puerta occidental y en el lado sur, donde se iba adosar la panda norte del claustro, debido a que Campero se comprometió a comenzar la reconstrucción por este lado.
En este contrato se hizo mucho hincapié en el basamento situado desde la torre hasta la puerta de San Geroteo, debido al desnivel en el terreno hacia Barrionuevo. Esto hizo necesario la construcción de una alta plataforma de granito para poder enrasar con el pavimento de la catedral y se estipuló que los cimientos contarían con cinco pies de profundidad. Los contrafuertes debían ser de la altura necesaria y, en el caso del situado en la calle de la Almuzara, obligó a aumentar su grosor por orden de Juan Rodríguez y, por lo tanto, su precio en 4.000 ducados.
El traslado del conjunto del claustro no sufrió interrupciones y avanzaba a buen ritmo en 1526. En septiembre de ese mismo año se trasladó la portada sufragada por Isabel La Católica, cuya incorporación en el nuevo emplazamiento no estaba incluida inicialmente en el proyecto. Se colocó en la Capilla del Consuelo y fue necesario cambiar piezas, pintarla y someterla a la aprobación de expertos. A la vez que se producía el traslado y colocación se trabajaba con rapidez en cubrir esta capilla y tallar su nervadura para no dañar la portada.
En 1528 el claustro empezaba a tomar forma, pero ya había expirado el plazo dado a Campero para el traslado, que finalizaba en junio de 1527. Entre las causas de este retraso en los plazos se encuentran los problemas surgidos y las modificaciones introducidas por el aparejador, que entre otras, cambia la mampostería de Juan Guas por sillería que aprovecha de las ruinas de la antigua catedral, para así, dar más suntuosidad al espacio.
A finales de 1528 los desvanes ya habían sido cubiertos y Juan Rodríguez adquirió piedra de Cigüiñuela para los canales, al tiempo que Campero labraba dos nuevos gárgolas y arreglaba las cuatro trasladadas. En diciembre, la obra ya casi estaba finalizada, celebrándose un “almuerzo” para los oficiales como despedida. Oficialmente, el claustro se cerró el 19 de julio de 1529. Después de esta fecha son escasas las anotaciones sobre añadidos o modificaciones en el claustro, aunque se continuaron instalando canales de piedra de Madrona en los tejados.
En el año 1530, a Juan Campero, encargado del claustro en su totalidad, se le terminaron de dar los 2.529.249 maravedís que debía de cobrar, lo que significa que el presupuesto inicial casi se duplicó.
Adentrados en el s. XVI, el claustro fue pavimentado con piedra del Parral y rigleras de granito del Cigüiñuela para dar cabida a las sepulturas. Entre las más destacadas están las pertenecientes a Rodrigo Gil de Hontañón, y los maestros de obras Francisco de Campo Agüero y Francisco Viadero. En diciembre de 1622 se asentaba y cerraba el pozo del claustro por el doctor González.
Ya a finales del siglo XIX, el arquitecto municipal de Segovia entre 1870-1913, Joaquín de Odriozola, devolvió a su estado original la parte inferior de los ventanales, reformados durante el barroco, y trazó la portada neogótica que da paso al jardín.