Capilla de la Inmaculada Concepción
Los primeros datos que se tienen de la evolución constructiva de la Capilla de la Concepción corresponden al año 1527, pocos años después de que se iniciara la edificación de la Catedral. En esa fecha, se pagó cierta cantidad a Juan Gil de Hontañón por hacer unos peldaños junto al espacio rectangular que ocupa, y en 1532 se volteaban los nervios cruceros de la Capilla. Pero esta Capilla no percibió más atención hasta 1606 cuando el Cabildo decidió iniciar su renovación, junto a la de San Blas. Juan del Río fue el elegido en 1622 por el Cabildo para tallar el dorado de “toda la cruperia y filacterias” La recuperación de las obras en la Capilla de la Concepción se debió a la lucha dogmática entre los defensores y detractores del sin pecado original de la Virgen María. La compleja historia del proceso de definición del Dogma de la Inmaculada ha tenido una larga trayectoria desde que el Papa Sixto IV (s.XV) ordenara que la Solemnidad de la Concepción se celebrase en todas las Iglesias.
En 1570 la controversia seguía latente en el cristianismo y el Papa Pablo IV prohibió discusiones públicas sobre la cuestión. La monarquía española ejerció presión ante la Jerarquía de la Iglesia en busca de la definición de la Inmaculada Concepción y el rey Felipe III instó al Papa en 1617 a que prohibiera censurar el Dogma públicamente. Finalmente, tuvieron que pasar casi tres siglos para que el privilegio de la Inmaculada Concepción de María fuese definido como dogma mediante la Bula Ineffabilis Deus, 1854. Estos tres siglos sirvieron para que esta doctrina se afianzara entre los creyentes y alcanzara a todas las esferas de la sociedad. En España, los inmaculistas eran predominantes y, también, lo eran entre los miembros del Cabildo Catedral de Segovia, mucho más numeroso que en la actualidad. El 2 de octubre de 1620 el Cabildo Catedral aprobó, a propuesta de Luis Pérez de Artiaga, la obligación de la Catedral para “con toda solemnidad de guardar y defender la limpia Concepción de la Virgen Nuestra Señora”.
Se puso en marcha el mecanismo del Cabildo para introducir en lo arquitectónico y espiritual esta línea religiosa. La escultura de la Inmaculada que hoy preside el Altar fue encargada a Antonio de Herrera, escultor del rey Felipe IV, el 5 de febrero de 1621. Esta imagen sigue el modelo de la época en la Corte establecido por la talla encargada por Margarita de Austria para el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. Herrera, siguiendo el modelo, también concretó en la escultura de la Inmaculada lo escrito en el libro del Génesis: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas”. (Gn.12.1)
La imagen se sitúa en un sencillo retablo, de un solo cuerpo y realizado en madera dorada y policromada, delimitado por estirpes con forma de serafines, seres angelicales, y que se asienta sobre un alto banco con pinturas de ángeles turiferarios a ambos lados y una hornacina central que alberga una talla del Crucificado. Del altar a la bóveda, la simbología mariana destaca en sus veintiocho plementos de distinto tamaño. Entre los nervios dorados y las claves de esta bóveda de terceletes aparecen pintados símbolos relacionados con las virtudes marianas descritas en el Cantar de los Cantares y las letanías medievales. Estos símbolos, añadidos por Juan del Rio en 1622, son la media luna, el sol, Jerusalén Celeste, el cedro del Líbano, el pozo, entre otros, y en ambos extremos de la bóveda, el jarrón con azucenas, símbolo del Cabildo Catedral y unas cabezas de ángeles.
En la actualidad, la pintura visible es el resultado de la restauración integral llevada a cabo en la Capilla entre 2001-2002, interviniendo, sobre todo, en las humedades causadas por las filtraciones de agua desde la cubierta. Los trabajos incluyeron la limpieza, fijación de la policromía, aplicación de barnices, capas de protección y tuvo un coste total de 195.208,73 €.
Durante los primeros años de construcción de la Catedral era habitual que las capillas fueran adquiridas por miembros de la realeza o nobles y que dejaran constancia de ello. En 1645. D. Pedro Fernández de Miñano y Contreras, Caballero de la Orden de Santiago y de familia segoviana, compra el patronato perpetuo de la Capilla por mil ducados de plata. Mientras tanto, a medida que tomaba forma la Capilla y el fervor a la Inmaculada Concepción aumentaba, el deseo de ser enterrado entre sus muros era mayor. Las diferentes congregaciones de la ciudad preparaban cada año el sermón de la Inmaculada y se reservó al Ayuntamiento un espacio frente al altar.
Respecto a la pintura, es un elemento fundamental que destaca en el conjunto de esta capilla gracias a la calidad de los 21 lienzos y frescos que hacen que este espacio se convierta en un gran mural. Este conjunto iconográfico se divide en tres partes separadas por una cornisa y dos leyendas que rodean los tres muros. En lo más alto, se sitúan las pinturas murales y, por debajo, nueve lienzos enmarcados, de autor desconocido, incorporados entre 1622 y 1645 y que aluden a la línea teológica de la Limpia Concepción. Posiblemente, esta disposición iconográfica fue redactada por el canónigo D. Pedro Arias Dávila y Virués, a quien el Cabildo había encomendado en 1624 la redacción del rezo de la festividad de la Inmaculada. En la parte inferior de la Capilla, media docena de lienzos salidos en 1653 del taller de Zurbarán y encargados por D. Pedro Fernández. Las pinturas murales, situadas en los tres lunetos ojivales entre la bóveda y la cornisa, fueron realizadas al temple y el estado de deterioro antes de la restauración del 2001 hizo imprescindible una exhaustiva actuación. Este ciclo narra la historia de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen, en seis escenas separadas por tres ventanas, incluida la de la parte oriental, la cual es fingida.
Las escenas, desde la bovedilla oeste a este, representan a San Joaquín arrojado del templo por no tener descendencia. El siguiente mural recrea La Anunciación a Santa Ana, concediéndole el ángel la bendición de tener un hijo. Esta anunciación es fruto de los ruegos al Señor para concebir un descendiente y para que su marido vuelva tras abandonarla. Este reencuentro se plasma en la tercera pintura El abrazo ante la Puerta Dorada del templo de Jerusalén, que durante la Edad Media había simbolizado la Inmaculada Concepción. Las tres últimas escenas pintadas son La Natividad de la Virgen, La Presentación en el Templo y Los Desposorios. Justo bajo la cornisa y en el arranque de la bóveda se puede observar la primitiva inscripción que simbolizaba el compromiso de la Catedral con “la pura Concepción de la Santísima Virgen María”, ahora encalado. Durante los años de debate entre inmaculistas y maculistas, muchos de los cargos eclesiásticos y Linajes debían pronunciar el juramento ante la talla del retablo. La segunda línea de nueve cuadros se sitúa en el nivel intermedio y en un tamaño más comprimido.
El primero de los cuadros del muro occidental representa a tres personajes, uno de ellos es el profeta Isaías, el más reproducido en la iconografía cristiana en cuanto que predice la anunciación y el nacimiento del Mesías. El personaje central es el rey David, antepasado de Cristo y el tercero es un anciano que sostiene un texto sobre el advenimiento del Mesías. Siguiendo la fila de lienzos, los siete siguientes completan el Ciclo de la Vida de la Virgen iniciado en los lunetos y en orden cronológico, salvo la Coronación, situado en el centro de la serie para coincidir con la vertical del retablo y la superposición de la corona –Desposorios de la Virgen, Anunciación, Visitación, Coronación, Adoración de los Pastores, Huida a Egipto y Asunción-. El último de los cuadros representa, de nuevo, al rey David junto al profeta Samuel, hijo de Ana, que al igual que los padres de la Virgen también fue arrojada del templo por estéril.
Por debajo de este ciclo de cuadros una leyenda sobre D. Pedro Fernández de Miñano y Contreras rodea toda la capilla. El que fuera capitán con el rey Felipe III quiso dejar constancia de la adquisición de la Capilla, el mando para el enterramiento suyo y de familiares y la enumeración de todos los cargos y condiciones ostentadas. Don Pedro falleció en 1654 y en su funeral, oficiado en la Capilla, se planteó un curioso problema de protocolo que obligó a quitar las alfombras dispuestas durante las exequias por orden del Cabildo.
Siendo corregidor de Jérez, D. Pedro Fernández encargó al pintor flamenco Ignacio de Ríes, discípulo de Zurbarán, seis óleos con marco de yeso barroco dorado e incrustaciones de piedra. La fecha de realización de tres de ellos es 1653 y todos salieron de su taller de Sevilla. El primero de los lienzos que el visitante puede contemplar es “El bautismo de Cristo”. En las aguas del Jordán, Cristo es bautizado por San Juan Bautista en presencia de los ángeles, el Espíritu Santo y Dios Padre, de cuyos labios salen estas palabras: Hic est filius meus dilectus. Antes de girar la mirada al siguiente cuadro, destaca en la pared los adornos pintados con las armas del Linaje del Patrón de la Capilla, entre barroca hojarasca, y las galeras con el escudo de Castilla, referencia a su cargo de capitán de Mar y Guerra. Con la Reforma de Lutero, la enumeración de los pecados cometidos “es innecesaria e imposible”. La Iglesia Católica mantuvo el peso de los pecados graves, enumerados en el Decálogo y los siete capitales, y junto al “bautismo de Cristo”, el cuadro de Ries, “El Árbol de la Vida”, hace hincapié en esta doctrina. Es considerada la obra más significativa del pintor sevillano gracias a su visual representación. Aparece la Muerte a punto de talar el árbol ayudada por un demonio tirando de una cuerda y en cuya copa un grupo de mujeres y hombres disfrutan de un banquete dónde se representan los siete Pecados Capitales. En la parte derecha, Cristo les previene de su inminente muerte tocando una esquila.
De menor tamaño, a la derecha del retablo se sitúa el cuadro de “La Coronación” y a la izquierda “La Adoración de los Pastores” (1653). Por encima de ambos cuadros dos parejas de ángeles de y eso sostienen cada una un rombo que introduce el sin pecado original de la Virgen María. Los dos últimos cuadros son “La Conversión de San Pablo” (1653) y “El Arrepentimiento de David” (1653). El primero de ellos aprovecha la vuelta a la Iglesia Católica de muchos creyentes durante el s. XVII para recordar la conversión de Saulo en San Pablo. “El Arrepentimiento de David” retrata a un anciano, con corona, pero que invoca a Dios dirigiendo su mirada al ángel que le presenta en su mano derecha una calavera, símbolo de la Penitencia. Es uno de los cuadros que hace referencia al Antiguo Testamento y se puede observar una frase que se desliza de los labios del rey David: “Tibi soli peccavi et malum coram te feci”.
Para finalizar, cierra la capilla una original reja de madera de caoba traída de Cuba y trazada en 1647 por Francisco Jiménez. Fue sufragada por D. Pedro tal como aparece en la misma:
Esta reja] ma[n]do h[a]cer / d. p[e]dro conti[e]ras y mi[ña]no /siendo el alcalde de xe[re]z/ de la frontera] corre[gid]or / y cap[it]an generan] de / ella y t[ ¿teniente ?] de galleras] de el duque de m[edi]nazeli de la costa y/ mar de andaluzia año de 1647.
Cuenta con tres cuerpos ornamentados por estrellas y coronada en su parte central por un anagrama de María. A diferencia del resto de rejas, tiene tres puertas que delatan la gran actividad y fervor ante la Capilla de la Concepción durante estos siglos.